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domingo, 3 de diciembre de 2017

EL PUENTE DE LOS (LAS) NAGAS



Hay que activar la máquina del tiempo y regresar a la última parte del siglo XII, destino Camboya, el corazón del imperio Jemer en su momento álgido. Reina Jayavarman VII1, el monarca más poderoso de toda la historia del citado imperio: bajo su reinado alcanzó su mayor extensión, cubriendo, además de Camboya, el territorio que hoy comprenden los países de Tailandia y Laos, llegando incluso hasta los actuales Birmania, Malasia y Vietnam.


En el entorno de Angkor, la capital, hierve la vida: muchas obras en marcha, mucho trabajo, mucha migración humana. También en las provincias, hasta donde llegan las obras civiles y sociales ordenadas por Jayavarman VII. Este rey también es conocido porque fue el primero de los Jemer en seguir el Budismo2, que se convirtió en la religión nacional, dejando de lado el Hinduismo. Quizás por esto, y porque accedió al trono con bastantes años –con gran experiencia pero con una perspectiva de vida más limitada–, se volcó en muchísimas actividades que le dieron un gran renombre, principalmente la construcción de hermosos templos y palacios y de cantidad de obras públicas. El desplazamiento de gran número de personas por causa de todo esto en la zona de la capital imperial, Angkor, aconsejó mejorar las comunicaciones con el fin de facilitar el movimiento migratorio. Por una parte las carreteras, su calidad y su seguridad, y por otra los hospitales y las casas de reposo localizados en las carreteras y en las reservas.

La cantidad de ríos que, procedentes de la región del Phnom Kulen, surcaban el territorio de Angkor antes de desembocar en el lago Tonle Sap obligó a construir bastantes puentes. Aún pueden verse hoy algunos de estos, pero el más importante, sin duda, es el denominado Spean Praptos en Kampong Kdei. Este puente es un claro ejemplo del tipo de construcción jemer.



Hay que llegar al lugar por la tarde, desviarse un poco de la carretera N6 (Phnom Penh – Siem Reap), unos 60 Km. antes de la última ciudad, y nos encontraremos una maravilla iluminada por el sol de poniente, con los tonos pardo-rojizos de la piedra y del pavimento, custodiada por una especial pareja de guardianes en cada extremo: impresionante.

Spean Praptos (conocido, también, como Preah Tis) es un hermoso puente de finales del siglo XII que ha perdurado hasta nuestros días. Lo primero que llama la atención en un puente tan antiguo es su anchura, alrededor de 17 metros, y... las Nagas. Integrado en la ruta Nacional 6, salva el río Chikreng a su paso por la población de Kampong Kdei. Su longitud, 87 metros, logró que fuera récord mundial de puentes de piedra de su tipología: falsos arcos. Tiene un total de 21 de estos separados por columnas de fábrica de laterita y rematados por estribos de la misma piedra. Alcanza una altura de unos 12 metros sobre el cauce del río.

Los pretiles del puente están formados por los cuerpos de dos serpientes Naga (se dice que son de arenisca, ¿por qué no de laterita?) descansando sobre poyetes de piedra laterita. Los extremos de aquellos, en la zona de los estribos, los constituyen cuatro espléndidas cabezas de Nagas3 eneacefálicas de gres. Naga, el rey de las serpientes y... de nueve cabezas: el summum, la máxima protección para un magnífico viaducto.

Hace cincuenta años equipos franceses restauraron el puente de Preah Tis; según los expertos fue una buena labor que dejó la estructura tal como debió haber sido siglos atrás. He leído que en la etapa de los Jemeres Rojos se quiso volar el puente, pero, afortunadamente, la misión fracasó por algún problema técnico. ¡Por una vez hemos tenido suerte! En 2006, con el fin de proteger Spean Praptos, el gobierno camboyano desvió la carretera N6 creando un bypass de unos 1300 metros, evitando así el tráfico de la autovía sobre el puente. Actualmente solo es transitado por paseantes o por las bicicletas o las, siempre presentes, motos de los lugareños.


Anteriormente, en 2004, el Banco Nacional de Camboya emitió un billete de 5000 riels con la imagen del puente de Spean Praptos (o Preah Tis), todo un reconocimiento.

Aquí dejo un vídeo que, con cariño, muestra nuestro puente:

Bien, hasta aquí esta obra civil que nos ha hecho retornar a este blog. Un saludo y un deseo, lo mejor para ti que nos lees.


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(1) Jayavarman VII (1125-1218) fue rey del Imperio Jemer desde 1181 hasta 1218. Hijo del rey Dharanindravarman II y la reina Sri Jayarajacudamani. Tuvo un comportamiento ejemplar y ganó toda la fama antes de subir al trono: lideró el ejército jemer contra los champas, rechazando su invasión; también, posteriormente, tranquilizó la situación interior del reino jemer. 




(2) Jayavarman VII se casó con la princesa Jayarajadevi primero y luego, a la muerte de esta, se casó con su cuñada Indradevi, hermana mayor de aquella. Se conoce que las dos mujeres fueron una gran inspiración para él, particularmente en su devoción por el Budismo. Como budista Mahayana, su objetivo declarado era aliviar el sufrimiento de su pueblo. De ahí su interés por las obras públicas y, especialmente, sociales. 

(3) Nāga es el nombre, en sánscrito y pali, para la deidad o tipo de entidad o ser que toma la forma de una gran serpiente, concretamente una cobra real, encontrada en las religiones indias, principalmente el hinduismo, budismo y jainismo.



En una leyenda camboyana, los nagas eran una raza reptiliana de seres bajo el dominio del rey Kaliya, quien poseía un gran imperio o reino en la zona del océano Pacífico hasta que fueron expulsados por Garuda y buscaron refugio en la India. Fue allí donde la hija de Kaliya se casó con un brahmin indio llamado Kaundinya, y de su unión surgió el pueblo camboyano. Por lo tanto, los camboyanos poseen el dicho "Nacido de un naga". Como dote, Kaliya bebió el agua que cubría el país y expuso la tierra para su hija y yerno para habitarla, creando Camboya.


Los nagas camboyanos poseen simbolismo numerológico en el número de cabezas. Los de cabezas impares simbolizan la energía masculina, infinidad, eternidad e inmortalidad. Los de cabezas pares eran hembras, representando la fisicidad, mortalidad, temporalidad y la Tierra.


El naga budista generalmente tiene forma de una gran cobra, normalmente con una sola cabeza y otras con muchas. Al menos algunos de los nagas son capaces de usar poderes mágicos y adquirir apariencia humana. En la pintura budista, el naga es representado a veces como un ser humano con una serpiente o dragón extendiéndose sobre su cabeza. 





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Las imágenes, por orden, proceden de:
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http://www.e-filateliacarrasquilla.net
https://www.youtube.com/watch?v=xAXTyBg1ogI
http://cambodiasnapshots.com/siem-reap/jayavarman-vii/
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viernes, 8 de enero de 2016

2016: DESPUÉS DE ELECCIONES, DISCUSIONES (INFRUCTÍFERAS, DE MOMENTO)


ENCUENTRO CON UN ESCRITOR
(preámbulo de un relato)

No hace mucho, se celebraba en el Auditorio un encuentro con ciertos escritores. Se trataba de un acto de cara al público en el que cuatro parejas de periodista-escritor realizarían una serie de  entrevistas. 


Una sesión continua muy interesante por el nombre de los entrevistados (y alguno de los entrevistadores). Se adivinaban unos diálogos amables pero el cartel resultaba, para mí, muy, muy atractivo. 
La entrada era libre con control: se facilitaban invitaciones en diferentes puntos de la ciudad. Mi ausencia los días previos había motivado que careciera de ellas, por lo que la nota que recibí, diciéndome que disponía de dos invitaciones a mi nombre en la cafetería del Auditorio, me llenó de gozo.
Acudí con tiempo y el encargado del local respondió a mi solicitud entregándome un sobre y esperando frente a mí. Lo abrí pensando en algún posible admirador y encontré las invitaciones, un pliego y una pequeña nota, cuya lectura me fue encrespando el ánimo: “Aquí te dejo lo prometido. También unos folios en exclusiva: vas a admirar al autor esta tarde. No me des las gracias, sabes el cariño que te profeso. Ah, por cierto, he indicado en la cafetería que liquidarías una consumición que dejé sin abonar; si no te importa… ¡Que disfrutes! Un afectuoso saludo de Sixto Mogrollo”.
     Resoplé, levanté la vista y, apenas abrí la boca, el barman, que había seguido el proceso desde su puesto, mostró un tique y dijo: “dos cubatas y unos pinchos, total…”  
      Ahora os envío la transcripción del escrito de marras, un poco…, un tanto…, no sé. Bueno, lo fundamental es que este año que comenzamos venga preñado de cosas buenas, en serio, las necesitamos. ¡FELIZ 2016!
Un abrazo de
Bot i Bolera




NADIE ES PERFECTO
(relato con saxo)

“Me ha acaecido un suceso que ha trastornado mi vida.
Un abrazo,
Iván”
     
Y por el anverso de la postal, con matasellos de París, podía verse una obra de una exposición del Museo Quai Branly.

Cualquiera que no conociera a Iván Requejo podría pensar que le había tocado la lotería o que se había casado con una bailarina a la salida de un cabaret. Yo sabía que, en ese caso, tal no habría sido su estilo de comunicarse, al menos conmigo; igual que no osaría enviarme una postal de la Torre Eiffel o del Arco de Triunfo.
      A los pocos días me llamó. No explicó mucho del viaje, no mencionó el suceso y yo, experimentado en esas lides, nada pregunté. Al final sembró esperanza: “Tenemos que hablar”. Quedamos en vernos en León. Así fue. Tras un par de chatos, encontramos un buen confesionario en el fondo de un bar del Húmedo. Esto fue lo que escuché:


Cuanto más me adentraba por los pasillos me tropezaba con menos gente, lo cual resultaba extraño un martes a las seis y media de la tarde. Pensé si me habría extraviado, pero deseché la idea por motivos estadísticos: nunca me había perdido realizando un transbordo entre líneas de metro; claro, que ésta podría ser la primera vez. Una cosa distrajo mi mente de la anterior disquisición: primero oí una música lejana y después distinguí que no era un sonido cualquiera, se trataba de un saxofón.

Mi extrañeza fue diluyéndose en el aire de aquellas galerías conforme iba creciendo el volumen de la melodía. Había abandonado ya mi ruta para poner mis pies al servicio de mi oído. Antes de atisbar la fuente musical reconocí la canción: Without You. Al doblar una esquina las vi, primero su sombra y luego a ella.
 Era muy esbelta y se movía muy bien con el ritmo, tal vez con un poco de exceso de swing. No destacaba por sus caderas sino por su espalda, debía hacer deporte, natación quizás. Senos breves y nalgas concentradas se adivinaban bajo una camisa estampada, sujeta con un cinturón y con los faldones cayendo sobre unos leggins. El marrón destacaba en el chaleco desabrochado y en los extremos de su cuerpo: las botas y una gorra, que dejaba escapar un mechón de cabello rubio.
Eché unas monedas en la caja del instrumento, abierta en el suelo, y me apoyé en el muro de enfrente. Me lo agradeció con un pequeño gesto sin dejar de tocar. Al poco dio por finalizada la pieza y, por lo visto, la sesión. Me vio la cara de desencanto y, sin dejar de recoger sus cosas, me preguntó si me había gustado, le respondí que mucho y agregué unas frases sobre mi afición por el saxo. Había algo en ella que me atraía, no quería que se marchara así, sin más. Camille (así rezaba la credencial, como pude apreciar después) me señaló las cuartillas que casi forraban las paredes de los pasillos del metro: “CGT RATP / Hoy … a las … / Preaviso de huelga / Asamblea de maquinistas de ….”, al tiempo que me decía que se había precipitado la huelga para esa misma tarde y que había que salir antes de que comenzaran a cerrar accesos.
Empecé por preguntarle por aquel trabajo, de forma que resultó natural que camináramos juntos hacia la calle mientras me explicaba: “He aprobado un concurso de la Compañía del Metro“, dijo, al tiempo que me enseñaba la tarjeta de acreditación que llevaba pinzada al chaleco; y continuó “no es fácil, porque hay mucha competencia, sabes, y el nivel es alto. Yo estudié en la Escuela de Música”. Animado por el tuteo, quise saber si se ganaba bien la vida así. Me dijo que no, que tenía que hacer bolos en alguna banda, fiestas familiares, y… tocar en la calle.
      De resultas de alguna pregunta mía, en poco tiempo y como una metralleta, me habló del arte (su gran debilidad), de la música (su pasión), del ser humano (máximo exponente de la vida y en estado involutivo-degenerativo), de la persona (ente en peligro de extinción), de la libertad (cualidad inherente a la persona pero convertida en una quimera), del sexo (desarrollo de una parcela de la libertad total, último refugio de los perseguidos), de la vida (una aventura), del mundo (un estercolero), del desarrollo sostenible (una utopía), del Norte-Sur (escisión del mundo habitado),… Todo ello con escasas intervenciones mías, apenas algún vocablo suelto aseverando o interrogando, casi siempre con el ánimo de provocar.

Extasiado por las ideas de Camille, y su forma de exponerlas, no me percaté de que ya habíamos alcanzado la superficie exterior y, siguiendo de cerca el tono grave de su voz, recorrido varias manzanas. 





El encanto se rompió cuando me preguntó dónde vivía. “En el XVII”, le respondí algo sorprendido. “Bien, ha sido un placer, mucho gusto en conocerte. Te dejo aquí”. Me dio dos besos y con un “hasta la vista” saltó como una gacela a la plataforma de un autobús con su equipaje al hombro. Todo fue tan rápido que tardé un tanto en situarme, geográfica y mentalmente, y bastante más en digerir lo acaecido. Es increíble lo mucho que pudimos (que pudo) charlar en tan poco tiempo. Lo cierto es que el lapso no fue reducido, pero la intensidad y el interés hicieron muy corta la conversación.


Al día siguiente tenía pensado visitar un museo y quería conocer determinado parque, pero lo cierto es que regresé donde estuve la víspera. La huelga de metro mantenía cerradas muchas entradas y el resto estaban practicables solo en las horas de servicios mínimos. La solución fue recorrer muchos kilómetros en esos momentos. Nada. Pregunté a los empleados y… sobra repetir los comentarios. Después pateé un par de barrios por si acaso. 

El jueves, después de acelerar una visita concertada, volví a repetir la experiencia con similar resultado. Más tarde deambulaba yo por las riberas del canal San Martín. Buscando distenderme, caminaba despacio con las manos a la espalda observando el entorno y escudriñando a la gente. Unos jubilados que tomaban el sol, una pareja que discutía en torno a un plano, unos niños que jugaban pisando las hojas (ésta cruje, ésta no),… 


En un momento dado levanté la vista y mi tranquilo errar se vio alterado por un grupo de curiosos que, estacionados sobre un puentecillo, seguía el movimiento de esclusas para permitir la navegación de una pequeña embarcación. Resultaba chocante, cuando menos, esa operación en medio de una gran ciudad. Cuando el barco pudo continuar su trayecto sonaron los últimos clics, la concentración fue disolviéndose y yo decidí reanudar mi paseo. 

Fue entonces cuando escuché el sonido de un saxo. Confieso que me sobresaltó. Me giré, busqué con la mirada y una mezcla de temor y deseo me embargó. Ante mí se presentaba un pequeño parque que ascendía desde la calle, por un suave talud, hasta la cima de una pequeña loma. Allí, en lo alto, junto a un kiosco, un saxofón desgranaba las notas de I Will Always Love You. Conforme me acercaba pude apreciar que la romántica melodía era atendida por bastantes personas que, ya sentadas en el césped, ya discurriendo por los senderos que confluían en el templete, poblaban el lugar.


Al pie de aquél distinguí la figura del músico: un muchacho alto, delgado, rubio, vestido con un conjunto vaquero… ¡Qué desilusión! Marché, a pesar de la calidad de la interpretación.




El viernes tenía una cita en el Museo de Orsay, una exposición temporal sobre el desnudo en el hombre; amén de saludar a los Impresionistas en su nueva ubicación. Resultó una estupenda visita: salí cargado de buenas energías, animoso total. 
Al abandonar la antigua estación ferroviaria, pensando dónde tomar un bocado, oí música de jazz, jazz en vivo en la explanada de la puerta principal. Una pequeña banda, donde lo más inusitado no era la existencia de una batería, sino de un piano: ¡genial! (al parecer se desplazaban con un furgón habilitado para la carga y descarga cómoda de tamaños artefactos).

La siguiente sorpresa fue que reconocí al muchacho de la víspera atacando el saxo. Me pareció una situación simpática, me aproximé al grupo y me senté en el bordillo de la calle peatonal. Al principio, la forma de tocar del saxofonista me recordó mucho a la de Camille, después, empecé a encontrar un gran parecido físico entre ambos, semejaban mellizos. Pero, cuando, al verme, me saludó con un guiño, mi corazón dio un brinco, un salto al vacío. 
Se materializaba un anhelo pero de una forma sorprendente, totalmente insospechada. Por un instante quedé como un gólem. Fui reaccionando despacio, procurando que mi aspecto no delatara la tremenda conmoción de mis sensaciones. La música, con su swing, colaboraba positivamente. Menos mal que no necesitaba hablar: me hubiera sido difícil articular cuatro vocablos coherentes.


Apenas acabaron el tema, y sin tiempo para agradecer los aplausos, una jovencita brincó sobre el saxofonista dándole un beso que, de entrada, pudo parecer robado pero, al final, definiríamos como consentido. En ese momento, todavía en trance de digerir la vicisitud, debo confesarlo, me sentí celoso. La sesión continuó, si se tiene en cuenta el escenario, con una más que aceptable interpretación repleta de buen fraseo y muy equilibrada de solos. Y valiente, encadenando tramos de sonido clásico con free jazz. Yo me encontraba cada vez más a gusto y se me pasó sin molestia la hora del almuerzo. La congregación había ido creciendo; cuando llegó el final el aplauso fue muy sonoro. Los integrantes de la orquesta se reunieron un momento. Esperé que acabaran el petit comité, me acerqué y saludé. Los felicité con frases habituales pero muy sentidas; después me dirigí a Camille: “¿Conoces algún sitio cerca donde nos den algo de comer a estas horas?”. Me miró, sonrió, recogió el instrumento, volvió a mirarme y, por fin, habló: “Hay un bistrot en la calle de la Universidad donde quizás puedan mitigar mi apetito; el tuyo no sé”. “Seguro que sí –me apresuré a contestar–; estupendo”.


La merienda, cena o lo que fuese, se prolongó hasta el anochecer y la conversación discurrió por rutas muy gratas, algunas divertidas, otras más serias, pero todas amenas e inteligentes. Hablamos de lo divino y de lo humano, de todo… con una excepción: aquello que Camille esperaba que yo le preguntara y que Iván Requejo, por principios, no iba a preguntar –a pesar de la inmensa curiosidad–. Bien, fue una magnífica velada.

Iván Requejo me había trasladado, incrementada, su inmensa curiosidad y yo, a estas alturas, carecía ya de sus principios, por lo que no me corté: “¿Te lo contó?, ¿cómo acabó la noche?”. “Fue una magnífica velada –repitió–, bien pudo acabar con la frase final de una gran comedia de Billy Wilder”. No tuve dudas que se refería al diálogo de Jack Lemmon  y Joe E. Brown en una lancha que se alejaba.



A todos
mis mejores deseos
para 2016


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Las imágenes, por orden, proceden de:


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viernes, 14 de agosto de 2015

SICILIA-13: PANTOCRÁTOR, UN CHISPAZO (BRILLANTE) DE ARTE SICILIANO

NOCIONES






En el arte bizantino y románico, recibe el nombre de Pantocrátor la representación de Dios Padre omnipotente o de Cristo autoritario y mayestático sentado, en acto de bendecir y encuadrado en una curva cerrada en forma de almendra. El calificativo griego “pantocrátor” (todopoderoso) se aplicó a Zeus en la antigua mitología. La figura de Cristo majestuoso representa a Jesús como juez en el juicio final. Figura que busca transmitir el “temor de Dios”. Este aspecto se modificará totalmente con el arte gótico, en el que se humaniza más la imagen de Dios; consecuencia directa del cambio social y político del final de la Edad Media.




El Pantocrátor se representa con un aspecto serio, solemne y severo, incluso colérico. El rostro figura con bigote, barba y melena. Suele ser un Cristo nimbado y a veces coronado, con la mano derecha bendiciendo y la izquierda sobre las Sagradas Escrituras. Suele aparecer sentado en un trono o sobre la bóveda celeste, en un signo de su autoridad universal. Se rodea de una mandorla, un marco en forma de almendra cuyo origen podría estar en el clípeo de los retratos funerarios romanos.










Con frecuencia se encuentra las letras Λ y Ω, primera y última del alfabeto griego, así como la representación simbólica de los cuatro evangelistas. Se sitúa siempre en lugares importantes de los templos.


TRES PANTOCRÁTORES EN SICILIA




Después de quince días viajando por Sicilia resultaría difícil, casi imposible, responder a la hipotética pregunta “¿qué te llevarías a una isla desierta?” (por cierto, ¿por qué desierta?), siempre menos cruel que “¿qué salvarías de un incendio?” No obstante, un trío de elementos preciosos, similares pero diferentes, llamó mi atención al hacer recuento de lo visto a lo largo de este viaje: los pantocrátores de mosaico de la Capilla Palatina de Palermo y de las catedrales de Cefalù y de Monreale. Cada una de estas obras del arte medieval siciliano tiene un gran peso en la balanza de la calidad, pero juntas adquieren la cualidad de colección lo que les confiere un gran valor adicional.

He querido ordenarlas cronológicamente, pero veo que no es fácil, la historia no las data de forma inequívoca: se trata de obras con varias etapas que comienzan con el edificio terminado (en su primera fase), edificio que, a su vez, no tiene un calendario totalmente definido. Lo que está más claro es que las dos primeras, debidas al mismo monarca, son, más o menos, contemporáneas; la tercera se origina unos 30 o 40 años después.

CAPILLA PALATINA DE PALERMO:

Erigida por Roger II, entre 1130 y 1140, esta pequeña capilla de estilo gótico normando, tiene tres naves y unas dimensiones de 33 m. por 13 m. y está enclavada en el Palazzo dei Normanni (Palacio Real). Los delicados y elegantes mosaicos, donde destaca el oro, son debidos a artífices bizantinos traídos por el rey para esta obra tan especial. Son capaces de reflejar no solo la gracia de las escenas sino también el movimiento de las figuras y, cuando es necesario, la dureza, como es el caso del Cristo Pantocrátor.

El escritor y viajero Guy de Maupassant piropeó ampliamente la Capilla Palatina: belleza serena, colorido, sensaciones positivas…; pero quizás lo que más me llega es cuando habla de la luz en la capilla: mosaicos que la iluminan, iglesia luminosa y sin luz del sol…


Los mosaicos, ejecutados en dos periodos con una duración total de unos 30 años, comienzan en 1140. Cabe pensar que el pantocrátor no se finalizaría antes de 1145-1148.


CATEDRAL DE CEFALÙ:

Promovida, también, por Roger II, se inició en 1131 y se terminó (esta primera fase) en 1148. Está considerada como una de las joyas del tesoro árabe-normando de Sicilia. Su origen, según la leyenda, fue el fruto de la promesa del rey cuando su flota peligraba, por causa de una gran tempestad, frente a las costas de Cefalù. La Historia se inclina por la consecuencia de la lucha política entre el monarca y el arzobispo de Palermo (amigo del Papa, el cual quería dominar en la isla): el primero quiso dejar constancia de su poder en toda Sicilia, no solo en Palermo (el aspecto de fortaleza del edificio no debió de ser casual).

Para algunos autores, el mosaico del ábside, con el pantocrátor, es más antiguo que el de la Capilla Palatina, sin embargo parece que no se completó hasta 1154 (seis años más tarde se reanudó con los profetas, patriarcas bíblicos…, terminando hacia 1170). En esta zona se utilizó un mosaico de gran calidad y vivo color; la única donde se realizó decoración musiva, prevista, en principio, para todo el templo. Para ello, el rey, a pesar del elevado coste, había hecho venir a los mejores artesanos de Constantinopla, que lograron construir un pantocrátor dotado del mejor mosaico de Sicilia y uno de los más bellos del arte bizantino universal. La ausencia de cúpula obligó a colocar el pantocrátor en el ábside central, mientras la Virgen, acompañada de cuatro arcángeles, ocupa el cuerpo inferior y más abajo todavía los doce Apóstoles.

En belleza, se compara la imagen de Cristo Pantocrátor de Cefalù con el de Daphni (Grecia). Sin embargo, al decir de los expertos, son muy diferentes. Aquél, por ejemplo, carece de la dura expresión de éste, que es más oscuro y denso. La imagen del Cristo de Cefalù, no carente de fuerza y majestad, como las del de Daphni, parece hablarnos más de la compasión, el perdón y la redención. El griego carece de la dulzura del siciliano.

El Cristo de mirada misericordiosa, sostiene en la mano una biblia abierta donde se lee en latín y griego: “Yo soy la luz del mundo, quien me siga no caminara en las tinieblas” (San Juan 8, 12)


CATEDRAL DE MONREALE:

Posterior a las dos anteriores, fue obra de Guillermo II (nieto de Roger II), que quería levantar una catedral mejor y más grande que las de su abuelo. Como resultado logró en un tiempo récord construir un edificio que se considera, por muchos especialistas, el más bello ejemplo de la arquitectura normanda de Sicilia. También, en este caso, existe una leyenda: la Virgen, en un sueño, le contó al rey dónde su padre había escondido un tesoro y que con el mismo financiaría la construcción de una iglesia en su honor. Las leyendas… ya se sabe, pero en este caso, una obra tan grande y tan rápida…

Los mosaicos (1174-1184) se realizaron en tan solo 10 años de trabajo. Los artesanos procedían de Sicilia, Grecia y Venecia, aunque impera el estilo bizantino. Constituyen, con 6000 m2, la mayor muestra del mundo de este arte (solo superada por la Basílica de Santa Sofía, en su origen), mayor, incluso, que la de San Marcos en Venecia.

El gran mosaico de Cristo Pantocrátor, que domina el ábside, es realmente impresionante. La expresión del rostro es más severa que el de Cefalù y sus medidas mayores: 12 m. entre sus manos, 3,65 m. de altura de la cabeza y cerca de 1 m. la longitud del dedo meñique de la mano derecha.


Con este corolario acaba esta etapa de Sicilia:
Siempre es posible que regresemos; por ganas...
Ahora, aún queda verano,
¡feliz verano! 









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Las tres primeras imágenes que ilustran esta hoja del bloc, corresponden a:
El resto son propias.